sábado, 26 de septiembre de 2009

Me ha entrado un leísmo en el ojo

Tengo por costumbre ir registrando por escrito lo que veo cuando viajo. A veces, a la vuelta, con todo ello armo un relato del viaje, entre la crónica y la descripción. Escribir ese relato me sirve para reflexionar con algo de tiempo y mucha distancia entre lo visto y yo. Además, les paso el relato a algunos amigos y conocidos que dicen que les gusta leerlo. Pero la redacción se me hace muy cuesta arriba cuando algún buen escritor ha pasado por los mismos lugares y lo ha contado. Y eso es lo que me está pasando.

Estuve este verano en el Congo (en el Congo-Brazza, no en el Congo-Zaire, es decir, al oeste del río Congo), y me llevé, entre otros el libro Viaje al Congo, de André Gide. Y esa es la razón de que se me caiga la pluma de la mano, metáfora barata de que, literalmente, se me agarroten los dedos sobre el teclado cuando pienso en contar mi viaje. Hay personas tan brillantes que ni la actividad más banal —o incluso más reprobable — achata su existencia y su obra. Gide es uno de ellos (me acuerdo ahora de Pessoa, y de Einstein en otro ámbito). Sus descripciones son precisas y, al mismo tiempo, intensamente poéticas. Hay un acierto en los nombres de los colores y en la percepción de la luz que a ver quién se pone a contar cómo es la selva o el río.

Cierto que Gide habla de algunas circunstancias sociales, económicas y políticas que ya no existen; en esos casos, el libro sirve como crónica historica. El resto, cuando habla de paisajes, de etnias y de lenguas es un excelente relato de viajes, de esos en los que un viajero de mirada penetrante te cuenta lo que ha visto (y no sus penurias, sus heroicidades, sus aventuras y los peligros que le acecharon); una delicia.

Para quien pueda, mejor leerlo en francés. Hay una traducción, cierto, de editorial Península, colección Altaïr viajes, sellos ambos que, habida cuenta la trayectoria y la seriedad de sus proyectos, no deberían permitir que se arruine su reputación por ahorrarse el poco tiempo y el escaso dinero que les costaría respetar los pasos que todo profesional sabe que hay que dar para publicar un libro. Gide no no usaría el pronombre les en función de complemento directo; ni mucho menos escribiría una barbaridad como «delante nuestro». La traducción es floja; adolece de catalanismos en los que un trujamán profesional no debería caer; pero errar es humano y se te puede escapar un «hacemos la siesta». Insisto, todo el mundo se equivoca, de manera que es posible que el editor no haya visto esos detalles al revisar la traducción; ahora bien, no encargar dos (imprescindibles) o tres (aconsejables) correcciones sucesivas no es un error, es negligencia o no conocer el oficio que se ejerce. No es un capricho que, desde que recuerdan los más viejos editores —que ya lo vieron hacer a sus antecesores— todo libro pasara por tres correcciones, realizadas por correctores diferentes; y no se vayan a creer que en otros tiempos a los editores les gustaba perder tiempo y dinero, no: sabían y querían hacer bien los libros. La dejadez de no editar ni corregir implica un desprecio enorme por el lector, al que no le rebajan ni un céntimo (de un precio que no es bajo) por venderle una mercancía con tara.

Yo, a estas alturas, ya tengo el estómago lector muy delicado y no puedo con los alimentos en mal estado, así que no compro libros sin corregir; y si los compro sin darme cuenta, al primer leísmo, los devuelvo. Las autoridades deberían tomar cartas en el asunto, no sé si las que velan por la cultura o las que se preocupan por la salud. A mí los leísmos me alteran la flora intestinal más que un yogur caducado el siglo pasado y el delante nuestro casi me obliga ir a urgencias a pedir el antigripal ese de marca registrada al que parece que vamos a deber la vida. Por lo menos que se regule el etiquetado: «Este libro contiene solecismos, anacolutos, gerundios de continuidad, pleonasmos y barbarismos» y los alérgicos nos abstendremos de comprarlos.

3 comentarios:

  1. Seguro que los editores se iban a gastar un céntimo de tinta en advertirnos que sus libros contienen erratas. Ja.
    Digo que debe ser que es usted muy "flacamirada" si su organismo no puede soportar "hacer la siesta" o ciertos modismos castellanos perfumados con aire catalan de loewe. Las lenguas se contaminan mutuamente, a veces hasta se contaminan mal. Vamos hacia el esperanto universal, que podría ser ese para mí ininteligle smsismo.
    La recomiendo una temporadita en Madrid y vendrá usted curadita de le-lo-laismos.

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  2. Pues yo estoy con Pilar. Será que soy otra "flacamirada". Ojiplática me quedo con según qué. Definitivamente, tengo que pasar de los Lactobacillus Smsísticos Leísticos si en algo aprecio mi salud y mi estómago.

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  3. Como corrector de estilo madrileño que vive en Barcelona, me hincho a corregir catalanismos todos los días (iba a poner "cada día", peeeero...); de hecho, durante un módulo de corrección de estilo que nos impartieron en un máster de edición, descubrí que, de una clase de dieciséis alumnos, sólo dos éramos capaces de corregir los catalanismos sin problemas: una editora santanderina y yo.

    Los leísmos ya los doy por imposibles, pues, como la RAE los acepta, corres el riesgo de que el cliente o el traductor te tumben las correcciones. Por suerte, mis clientes son catalanes y no suelo encontrarme con laísmos. Me chirriaban hasta cuando vivía ahí...

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