lunes, 28 de septiembre de 2009

Con el lirio en la mano

En Barcelona hay prostitución y drogas. Como lo oyen (leen). No me recupero de la sorpresa. ¡Cómo puede ser! En la ciudad de los chiringuitos de playa con aspecto (y precio) de restaurantes de lujo, de las fiestas políticamente correctas, de los zoológicos ecológicos y de los edificios bonitos al lado del mar, lo suyo es que en el Barrio Chino no haya ni putas ni camellos, que para eso lo llamamos Raval. ¡Vivan los oxímorones y los eufemismos! Quizá si llamáramos a las cosas por su nombre todo sería más claro.

Hace unas semanas, estalló el «escándalo» (las comillas indican cita literal) de la prostitución en mi ciudad. Lo destapó (la cursiva indica ironía, entre otras cosas) El País y con ellos se marcó unos tantos y, quizá, unas ventas. Así que hoy La Vanguardia se busca su hueco y destapa que hay tráfico de drogas —¡Qué me dices!— con un titular que ya anuncia el tono: «La droga manda en Ciutat Vella». Si no pasara todos los días, y muchas noches, por el barrio, después de estas semanas no se me ocurriría poner un pie por debajo de la Gran Vía.

Cada uno se escandaliza con lo que quiere, pero hay asuntos sobre los que el fariseísmo es ridículo, o malintencionado. Porque la noticia no es que en el centro de Barcelona hay putas y camellos. La noticia, si la hubiera, y el escándalo sería que hasta ahora los medios, las administraciones y los políticos no lo sabían ¡venga ya! o no les preocupaba ¡ya les vale! El paso siguiente es peor: los escandalizados empiezan a proponer cómo acabar con las drogas y con la prostitución, y las propuestas son imaginativas y novedosas (no voy a llenar el post de cursivas, a buen entendedor...): más presencia policial, mayor dotación de medios a las fuerzas de seguridad, multas, endurecimientos del código penal... Bien, porque como todo eso nunca se le había ocurrido a nadie ni se ha aplicado, seguro que será la medida definitiva para acabar con los «problemas».

El problema no es que haya putas y camellos; el problema es que se ven. A estas alturas de la historia y del conocimiento de la naturaleza humana, si alguien cree que puede hacer desaparecer la prostitución y el consumo de drogas es que es más tonto (o más manipulador y fariseo) de lo que parece. Si vamos a preocuparnos de los problemas de verdad, hablemos de las condiciones sanitarias de las prostitutas, de las mafias, de los chulos, de los drogadictos que no saben lo que compran, de camellos callejeros que reciben las palizas de los camellos gordos por un quitamé allá esa esquina, de hombres inmigrantes que viven sin sus mujeres y buscan prostitutas, las más baratas y clandestinas... Porque si se trata de impedir el comercio del sexo y de sustancias ilegales igual es más eficaz patrullar por encima de la Diagonal; en algunas calles y clubes que mucha gente conoce (y algunos, que tienen el dinero suficiente, frecuentan), hay más comercio sexual y circula más droga que en toda Ciutat Vella.

Holanda, que no es un paradigma de sociedad desmadrada —hasta monarquía tienen— se inventó un modelo de gestionar ambas cosas, drogas y prostitución, que, lejos de hacer de Amsterdam una ciudad degradada, ha conseguido disminuir la delincuencia, las molestias a los vecinos y la degradación de la ciudad. Quizá podríamos probar ese modelo. La legalización y regularización parece tener algunas ventajas: neutralizar las mafias, asegurar condiciones dignas para los trabajadores, mantener la seguridad y la limpieza en el barrio, tranquilidad y seguridad para los clientes, evitar el blanqueo de dinero, ingresos en Hacienda y en la Seguridad Social. Nada, minucias.

No se ha detectado tráfico de morcilla en las esquinas del Chino (perdón, quería decir del Raval) ni que los plomeros vendan sus servicios en los porches de la Boquería por la noche, pero si prohibimos la morcilla e ilegalizamos la fontanería, en menos de una semana podemos destapar un escándalo, rasgarnos las vestiduras, publicar un reportaje crudo con fotografías hiperrealistas, y pedir más policía en la calle y que los fontaneros y la morcilla aparezcan en el Código Penal.

Ps: Si hay que prohibir la prostitución porque provoca degradación (Rubalcaba dixit), prohibamos los ERE, los sueldos de 800 euros, las jornadas laborales de quince horas... calla, a ver si estoy dando ideas de más y prohibiremos los pobres, los parados, los hipotecados, los sin techo, por su bien, para que no estén humillados por prácticas denigrantes.

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