martes, 22 de septiembre de 2009

¿Con vistas al mar?

Vivo en un piso viejo, con balcones de madera, bonitos, casi señoriales, pero viejos; es decir, que cuando llueve me entra agua. La solución es poner unos nuevos también de madera (una pasta) o unos de aluminio, que aíslen del agua y del frío (eficiencia energética, etc.); una pasta, pero menos. El ayuntamiento de mi ciudad (Barcelona) no me deja porque hay que mantener la estética de ese patio interior de manzana.

Ese patio donde han construido un parque infantil, que creo que no estaba en el plan Cerdá, con unas luces de diseño del siglo XX, que mantienen encendidas toda la noche. Me quejé; del derroche energético y de que esa luz me da en el ojo por la noche, cuando antes dormía en la plácida oscuridad del patio de manzana y antes de quedarme dormida veía Orión y Sirio (en invierno, claro). Me han dicho que la luz está estudiada para no provocar contaminación lumínica ¡JA!, que la luz por la noche es muy barata y no hay derroche ¡toma concepto ecologista!, y que hay que mantener la luz encendida por si tienen que acudir los bomberos o los cuerpos de seguridad, que, por lo visto, no llevan una miserable linterna.

Es septiembre y llueve, así que vuelve a tocarme vigilar los cielos y, cuando amenaza chaparrón, poner unos tablones para que no me entre agua por los balcones. Nada de poner aluminio, ya que alterar el efecto estético planeado por Cerdà traumatizaría a los niños que van a jugar al parque infantil. Bien, todo sea por contribuir a que la visión de la ciudad sea perfectamente uniforme y artificialmente perfecta: ni balcones de aluminio ni putas en la calle (esas que hasta hace una semana nadie sabía que existían, otro tema). Los edificios modernos y cool son otra cosa. Primero fueron las torres Mapfre, luego el World Trade Center (ni para inventarse un nombre que no estuviera ya usado les alcanzó la imaginación), luego la torre Agbar. Lo último ha sido el hotel-vela, que no es que se llame Vela, sino que tiene forma de vela, dice el Ayuntamiento ufano, de tan prodigiosa idea: una vela al lado del mar; que digo yo que un barco mejor que un hotel (se lo he oído comentar con mucha sorna al excelente periodista Enric González, cuya columna Cosa de dos, en El País, siempre es un placer temático y formal).
 

Todos esos edificios, además de albergar y simbolizar el capital más tradicional y rancio, la especulación inmobiliaria y bursátil, las relaciones laborales deshumanizadas y explotadoras (ya sé que suena antiguo y tirando a rojo), y el modelo económico ese que ya no es sostenible (pero no vamos a tocar que hay que ver cómo les rinde a algunos), esos edificios, digo, tiene algo en común: que los han puesto en medio. Cada vez que me doy a dar un paseo por la "fachada marítima" me dan ganas de gritar ¡Aparta de ahí!

Así que yo no puedo alterar el efecto estético del patio de manzana con unos balcones, pero el Ayuntamiento puede modificar y eliminar todo el efecto estético del mar cuando bien le parece metiendo entre los ojos de los ciudadanos y la visión del agua y del cielo quince o veinte pisos de cemento, hierro y cristal. ¡Hay que joderse!

Voy a comprarme un póster de una playa del Caribe. Lo colgaré en la misma habitación de los balcones viejos, así cuando el agua me llegue a los tobillos me parecerá que no solo veo la playa sino que la tengo en casa.

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