domingo, 22 de noviembre de 2009

Somalia, África

«Al no disponer de uniformes suficientes, las fuerzas que apoyan al Gobierno de transición de Somalia utilizan otros signos para reconocerse en combate; en este caso, gorras con el escudo del Chelsea». Lo cuenta un estupendo reportaje que parece hoy en el Magazine de La Vanguardia. También cuenta que la marina de ese ¿país? no tiene barcos porque se los robaron.

En Somalia se sucede una guerra civil desde hace dieciocho años (la de aquí duró tres años y todavía nos duele). Un millón y medio de personas desplazadas. Los muertos no los cuentan. Un ¿Gobierno? amenazado por al-Shabab (franquicia de al-Qaeda, cuyo nombre significa Los muchachos) y también por Hizbulá. Todos los días son atacados hospitales, escuelas y el centro de las ciudades importantes. La mortalidad infantil es del 116,3 ‰. La esperanza de vida, 48,2 años. El analfabetismo, del 50,3 % en hombres y 74,4 % en mujeres. Hay más datos, fáciles de encontrar en Internet. Ya se sabe que el mundo es pequeño y podemos conocerlo entero sin levantarnos de la silla; si quisiéramos conocerlo, claro. Si quisiéramos saber que los somalíes son pobres, muy pobres, y sin esperanza de dejar de serlo y, a pesar de todo, morir y matar por nada, y sufrir.

El almirante jefe somalí dice que con el 10% del dinero que la comunidad internacional da a la fuerza multinacional pueden acabar con los piratas, mejor que esos buques internacionales que nada saben de los somalíes. Quizá sí, o a lo mejor no. Nos da lo mismo, porque lo único que nos interesa de Somalia —mientras no descubramos petróleo, diamantes, coltam o cosas parecidas— es que cría piratas; que nos atacan y nos humillan.

Y yo me muero de ganas de ver sus desiertos y sus manglares, y el verde del Índico en el golfo de Adén; y de leer, mejor aún, oír la poesía oral que siempre se ha cultivado; y de observar sus barcas de pesca, y saber si sus marineros van al atún y cómo; y de saber algo más del tormento de muchas de sus mujeres, sometidas al castigo y la vejación; y sobre los jóvenes reclutados y entrenados en campos militares de Kenia para luego devolverlos a su país a luchar en alguno de los bandos, no importa mucho en cuál. Los atunes somalíes me interesan menos.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Hombres infames

El corolario de Nombres ilustres es que otorgar indulgencia plenaria para las corruptelas ajenas (grandes o pequeñas, no es posible ser bastante honrado o corromperse un poco) es un síntoma —preocupante— de por qué lado de la conciencia andamos. Ese no me parece grave lo que hace Fulano es un yo haría lo mismo; y lo mismo es la corruptela, el engaño, el saltarse la norma y estar dispuesto a quedarse con lo que no nos pertenece, o con lo que no nos toca, o un apaño en la declaración de la renta, o una factura sin IVA, o colarnos en una cola; todas esas menudencias de los que decimos que, total, no hacen daño a nadie. Y sí, sí hacen, porque hay perjudicados directos y porque caer en la indignidad nos priva de todo derecho a reclamar que otros rindan cuentas por la suya. La diferencia entre el que afana mucho y el que solo engaña un poco suele ser de oportunidad. ¿O es que alguien de los de poco ha previsto cuál será la línea que no cruzará, cuando poco pasará a ser mucho? No, no es cuestión de cantidad.

Claro que se trata de millets, bartomeus y prenafetas; y también del primo de uno que conocemos de la oficina. Pero la verdadera tragedia de esa manera de hacer y ver la cosas está en aquellos Estados donde casi se convierte en la Constitución. Ocurre en muchos países africanos. El presidente es un sátrapa de primera magnitud, los ministros se llevan prebendas de empresas extranjeras y por sus manos pasa la ayuda internacional, los funcionarios provinciales algo reciben, el policía de calle saca lo que puede, el tipo de la aduana se hace con un poco de aquí y un poco de allá, y uno que anda por la calle y conoce al del puesto de policía, en cuanto tiene una oportunidad le pide a uno que tiene una tienda la mordida de rigor para no chivarse de nosequé o protegerlo de algo porque tiene un primo que conoce a alguien. Por supuesto, al final hay millones de personas que no tienen ninguna posibilidad de guindar nada de ningún sitio, sino que son, siempre los guindados.

El resultado es que la riqueza del país, poca o mucha, y las ayudas internacionales, rinden una ínfima parte de lo que podría. Solo así se entiende que en países como el Congo (ambos Congos) o Camerún, donde la naturaleza, por sí sola, proporciona riquezas extraordinarias, la pobreza —la miseria, para ser precisos— sea general, crónica y casi irremediable. Y es irremediable porque la consecuencia peor de ese estado de las cosas es la miseria moral. Parece ser que la naturaleza humana (la parte más natural de nosotros mismos) nos lleva a poder prescindir con bastante facilidad de la ética y a aprovecharnos de los demás sin mucho dolor ontológico. Para eso se inventaron las religiones, para instaurar normas morales que hieran posible la convivencia (bien es cierto que se cumplen so pena de infierno y dioses justicieros). Luego se inventaron las leyes, que imponen normas éticas , esta vez so pena de azotes, muerte, cárcel, etc., según la época, la zona del mundo y el régimen político. El escollo último siempre son los más poderosos. En el caso de los gobernantes africanos, solo los países europeos, que los ponen y quitan, apoyan o desprecian, subvencionan o constriñen, pueden no solo sancionar su conducta sino también no permitirles disfrutar de sus fortunas en nuestros cómodos paraísos, fiscales y sociales.

Sería una buena tarea pedagógica para los habitantes de esos países, y también un rasgo de dignidad para nosotros, que nos cubrimos de mierda cada vez que damos cobijo algún asesino y ladrón dictador, o le permitimos que venga a tratarse sus enfermedades en hospitales de lujo (¡qué fácil es para algunos africanos obtener un visado y pasar el tiempo que quiera en Europa!), o hacemos la vista gorda al origen del dinero con el que compra propiedades por aquí.

PS: Transparency International es una ONG (con delegación en España) dedicada a la lucha contra la corrupción política. Entre otras cosa, ha denunciado judicialmente en Europa a algunos presidentes africanos corruptos. Como a menudo esos presidentes tiene relaciones muy estrechas y negocios con Francia e Inglaterra (de los que son ex colonias), es en esos países donde se presenta la denuncia; cuando los denunciados buscan su paraíso europeo, encuentran, entre otros, España, como ocurrió en mayo de este año con el presidente de Gabón.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Nombres ilustres

Entre tanta indignación, a veces me entero de historias que da gusto contar; o reproducir, porque la que motiva esta entrada va a continuación tal cual me la contó Javier Romero Martinengo, hijo de uno de los protagonistas de la historia, el escritor Luis Romero; y como me la narró por escrito, copio y pego sus palabras:

… otro anarquista, Cipriano Mera. Mis padres fueron a visitarlo a París, a finales de los sesenta, y los recibió en una casa muy humilde, donde cocinaba con un
réchaud à alcohol y se calentaba con una mínima estufita. Trabajaba de albañil, y seguía con sus ideales anarquistas. Al parecer, habían pasado por sus manos importantes tesoros, y nunca usó ni un céntimo para él. Preguntado por mi padre sobre todo ello, su respuesta fue algo así como: «La conciencia, Romero, la conciencia».

Yo no había oído hablar de Cipriano Mera, pero no he dejado pasar esta oportunidad para buscar su biografía en Internet, claro. Con solo googlear su nombre se encuentra mucha información, incluso sobre una película documental reciente (Vivir de pie. Las guerras de Cipriano Mera, Valentí Figueres, 2009) y cuyo tráiler puede verse en you Tube. Lo primero que me llama la atención de la entrada correspondiente de la Wikipedia es que su ocupación era albañil y militar. Eso significa que era albañil, y que cuando se topó con la Guerra Civil, decidió que debía defender lo que pensaba por medios militares. En historias bélicas no me meteré.

Lo que me conmueve es ese «La conciencia, Romero, la conciencia», esa manifestación de honradez, de convencimiento acerca de lo que hay que hacer; ese mantenerse incorruptible, no porque no se tenga ocasión de corromperse, sino porque se ha decidido ser de una manera y vivir de acuerdo con ella, sople el aire que sople. Hay mucha gente que es así, seguro; de otro modo, no parece probable que todavía existiera la humanidad. Pero sus nombres no salen en los periódicos, ni los recuerda nadie aunque hayan tenido actitudes heroica (como Mera y tantos otros). Sin embargo, todos sabemos quiénes son Millet, Julián Muñoz, Lluis Prenafeta, Bartomeu Muñoz y unos cuantos más; los sabemos, afortunadamente, porque eso significa que los han pillado.

No estoy hablando de una cuestión política, sino de la naturaleza humana, de cómo, por qué, cuándo y quién decide ser honrado o no, de a quién elegimos como modelo, no teórico sino para hacer nosotros todos los días lo que hicieron, de por dónde tiraríamos si tuviéramos la oportunidad, sin más juez que la conciencia, de corrompernos, de engañar, quedarnos lo que no es nuestro, aprovecharnos de los demás.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Chorizos

En una conferencia sobre la culpa, Félix Pantoja, fiscal del tribunal supremo, expone una postura extraordinaria, en todas las acepciones de la palabra:  poco frecuente y estupenda. La idea consiste en utilizar herramientas como la satisfacción de la víctima en vez la cárcel, por varias razones. En muchos delitos, la víctima sale mejor librada si se la compensa de alguna manera que si el delincuente va la cárcel. Para quien debe pagar por su culpa, es más ejemplarizante hacer algo relacionado con su delito que simplemente estar encerrado (ya hemos comprobado más de lo necesario que la cárcel no rehabilita ni reinserta). Asimismo, para el Estado (nosotros) es más barato. Así que salimos ganando todos, la víctima, el delincuente y la sociedad.

Me viene a la cabeza la idea a la vista de corruptos varios en posiciones de mucho privilegio y poder. Para quien se haya llevado un céntimo a cambio de permitir, hacer, promover, aguantar, esconder o intervenir de cualquier manera en una corrupción urbanística, sugiero que se le aplique la compensación de la víctima. Es decir, que tenga que pagar la hipoteca de las personas que han comprado un piso en aquella urbanizacion o edificio en la que hubo corrupción Y, además, pico y pala, a construir pisos para albergar a todos los que están sin vivienda en su localidad.  Así hasta recompensar el montante afanado a razón de jornales de 50 euros.

Nada de mandarlos a la cárcel. Ya está bien de pagarles pensión completa, aunque sea en celda compartida. Por una vez en su vida, ¡que curren!