domingo, 15 de noviembre de 2009

Hombres infames

El corolario de Nombres ilustres es que otorgar indulgencia plenaria para las corruptelas ajenas (grandes o pequeñas, no es posible ser bastante honrado o corromperse un poco) es un síntoma —preocupante— de por qué lado de la conciencia andamos. Ese no me parece grave lo que hace Fulano es un yo haría lo mismo; y lo mismo es la corruptela, el engaño, el saltarse la norma y estar dispuesto a quedarse con lo que no nos pertenece, o con lo que no nos toca, o un apaño en la declaración de la renta, o una factura sin IVA, o colarnos en una cola; todas esas menudencias de los que decimos que, total, no hacen daño a nadie. Y sí, sí hacen, porque hay perjudicados directos y porque caer en la indignidad nos priva de todo derecho a reclamar que otros rindan cuentas por la suya. La diferencia entre el que afana mucho y el que solo engaña un poco suele ser de oportunidad. ¿O es que alguien de los de poco ha previsto cuál será la línea que no cruzará, cuando poco pasará a ser mucho? No, no es cuestión de cantidad.

Claro que se trata de millets, bartomeus y prenafetas; y también del primo de uno que conocemos de la oficina. Pero la verdadera tragedia de esa manera de hacer y ver la cosas está en aquellos Estados donde casi se convierte en la Constitución. Ocurre en muchos países africanos. El presidente es un sátrapa de primera magnitud, los ministros se llevan prebendas de empresas extranjeras y por sus manos pasa la ayuda internacional, los funcionarios provinciales algo reciben, el policía de calle saca lo que puede, el tipo de la aduana se hace con un poco de aquí y un poco de allá, y uno que anda por la calle y conoce al del puesto de policía, en cuanto tiene una oportunidad le pide a uno que tiene una tienda la mordida de rigor para no chivarse de nosequé o protegerlo de algo porque tiene un primo que conoce a alguien. Por supuesto, al final hay millones de personas que no tienen ninguna posibilidad de guindar nada de ningún sitio, sino que son, siempre los guindados.

El resultado es que la riqueza del país, poca o mucha, y las ayudas internacionales, rinden una ínfima parte de lo que podría. Solo así se entiende que en países como el Congo (ambos Congos) o Camerún, donde la naturaleza, por sí sola, proporciona riquezas extraordinarias, la pobreza —la miseria, para ser precisos— sea general, crónica y casi irremediable. Y es irremediable porque la consecuencia peor de ese estado de las cosas es la miseria moral. Parece ser que la naturaleza humana (la parte más natural de nosotros mismos) nos lleva a poder prescindir con bastante facilidad de la ética y a aprovecharnos de los demás sin mucho dolor ontológico. Para eso se inventaron las religiones, para instaurar normas morales que hieran posible la convivencia (bien es cierto que se cumplen so pena de infierno y dioses justicieros). Luego se inventaron las leyes, que imponen normas éticas , esta vez so pena de azotes, muerte, cárcel, etc., según la época, la zona del mundo y el régimen político. El escollo último siempre son los más poderosos. En el caso de los gobernantes africanos, solo los países europeos, que los ponen y quitan, apoyan o desprecian, subvencionan o constriñen, pueden no solo sancionar su conducta sino también no permitirles disfrutar de sus fortunas en nuestros cómodos paraísos, fiscales y sociales.

Sería una buena tarea pedagógica para los habitantes de esos países, y también un rasgo de dignidad para nosotros, que nos cubrimos de mierda cada vez que damos cobijo algún asesino y ladrón dictador, o le permitimos que venga a tratarse sus enfermedades en hospitales de lujo (¡qué fácil es para algunos africanos obtener un visado y pasar el tiempo que quiera en Europa!), o hacemos la vista gorda al origen del dinero con el que compra propiedades por aquí.

PS: Transparency International es una ONG (con delegación en España) dedicada a la lucha contra la corrupción política. Entre otras cosa, ha denunciado judicialmente en Europa a algunos presidentes africanos corruptos. Como a menudo esos presidentes tiene relaciones muy estrechas y negocios con Francia e Inglaterra (de los que son ex colonias), es en esos países donde se presenta la denuncia; cuando los denunciados buscan su paraíso europeo, encuentran, entre otros, España, como ocurrió en mayo de este año con el presidente de Gabón.

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