domingo, 28 de noviembre de 2010

Atunes y elecciones, o el que venga detrás que arree


Día de elecciones y yo sin decidir. Ni dejar de escuchar el parloteo de los candidatos ni no mirar las chorradas en forma de vídeo me ha ayudado a serenarme y saber qué tengo que hacer. Me siento insultada por las campañas electorales, y no solo por esta, que ha sido como si nos llamaran lelos un minuto sí y al siguiente también. Me irrita que piensen que mis decisiones depende de cuatro voces mal dadas en la tele, de unos carteles con sonrisas impostadas y de unas frases tópicas y mal dichas. O creen que soy idiota o son ellos los idiotas; ninguna de las dos opciones me lleva a querer que me representen.

Y en esas andaba cuando me encuentro con una noticia sobre la pesca del atún rojo.  En resumen: a)  todo el mundo sabe que quedan pocos y cada vez menos; b) hay gente que saca pasta (mucha) de todo esto y dice que a ellos no les toquen un céntimo; y c) los políticos a quien corresponde tomar decisiones pasan de a) y aplican b). Los que gritan a), a partir de los datos que proporcionan los científicos, son los ecologistas; a mí me parece que deberían ser los economistas (esos adivinos a toro pasado incapaces de prever problemas y proponer soluciones pero expertos en analizar hechos consumados y prescribir remedios que no han funcionado jamás) porque de lo que va esta noticia es de gestión de recursos, o sea, de riqueza o pobreza.

Oí decir a un pescador que no entendía que cuantos más peces se necesitaban, porque eran más pescadores, menos daba el mar; y luego decía algo de un tal Dios, al que debía de imaginarse fabricando merluzas. De los que viven de la pesca no pido conocimientos de dinámica de poblacionesn, pero sí que entiendan la fábula de la gallina de los huevos de oro. Me da lo mismo lo que le pase al atún rojo dentro de cincuenta años (creo que el sushi no es nada del otro mundo). En realidad, casi me da lo mismo lo que le pase al mundo dentro de cincuenta años; y si me me empeño, me da lo mismo lo que le pase dentro de cincuenta días, pero hay que ser gilipollas para destruir lo que te da de comer.

Lo que me ha hecho ver la luz y decidir, por fin, cómo ejercitar mi derecho al voto ha sido el papel desempeñado por los políticos. No digo yo que los representantes del pueblo tengan que ser inteligentes; ni siquiera albergo la esperanza de que unos pocos sean brillantes y tengan ideas (e ideología). En el caso de los que deciden sobre la gestión de la pesca del atún no espero que estudien el ciclo vital de esa especie ni que entiendan qué es el saldo demográfico, pero a alguien que toma mi voz y decide por mí cómo va a ser el mundo le exijo que sea valiente, y que sabiendo que tiene que hacer algo no haga lo contrario. 

PS 1: Otra gilipollez, ya que estamos. Entre las noticias destacadas del día no están unas elecciones que sí pueden ser un clave para el mundo de los próximos cincuenta años. Las hacen en Egipto, y hay que ser corto de miras para no entender que nos afectan. Le honra la excepción a Público, que ha tenido a bien mandar un corresponsal que lo cuenta y lo explica.

PS 2: Y como no hay dos sin tres, me pregunto por qué no haypolíticos con enjundia, que no sean guiñoles de unos partidos que a lo más que aspiran es a no perder escaños, que piensen algo y lo digan, aunque se equivoquen, y crean que su trabajo consiste en cambiar algo y mejorarlo, y que su negociado es de de las personas y las sociedades y no el de los mercados.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Berlanguiana (in memóriam)


Con un par y sin rubor. El alcalde de Barcelona ha anunciado que vamos a gastarnos 2,2 millones de euros en la iluminación navideña. Navideña, o lo que sea, porque van a ser 36 días, que si se empeñan un poco les sirven las bombillas para marcar las estaciones del Vía Crucis. Dicen que la iluminación incentiva el consumo; suponiendo que eso sea bueno, a saber quién y cómo ha llegado a esa conclusión; son capaces de haber encargado un estudio de esos (¿Si cuando sale a por una barra de pan hay tres bombillas más y le cantan el tamborilero por megafonía se compra un abrigo y un robot de cocina?).

Lo del Ayuntamiento de este pueblo (Barcelona cada vez es más pueblo y menos ciudad) es de una banalidad y de un mercantilismo insoportable. Ese alcalde con tono y maneras de pijo, sin ideas ni ideología, con delirios de grandeza y de posteridad, sin cultura ni visión de futuro, que más parece estar a sueldo de cadenas hoteleras y empresas distribuidoras de energía que del erario está destrozando (con la inestimable colaboración de una Generalitat provinciana y populista) la fama y, lo que es peor, la sustancia, cosmopolita y culta de esta ciudad.

Así que se le ha ocurrido que hay que poner muchas luces para atraer turistas (los extranjeros, por lo visto, para decidir su destino de vacaciones consultan la distribución mundial de lux). ¿Pero dónde va a meterlos? Andar por el centro de esta ciudad ya es un continuo sortear grupos de borrachas y horteras guiris consagradas por una noche a las más vulgares y ordinarias despedidas de soltera (vista la celebración no quiero imaginarme el resto de sus vida ya casadas), y mozos bebiendo y voceando por la ciudad de tal manera que hacen que aquellas fiestas de quintos de la España profunda fueran recepciones versallescas.

Quizá el insigne Hereu (hereu indigne) ha pensado en ponerles lamparitas en la mesilla de noche a los muchos indigentes que andan por la ciudad. Cada vez hay más (la crisis, dicen); en las zonas más cool de la ciudad, solitarios o en grupo, a las puertas de centros culturales y en el portal contiguo a un restaurante de moda. Tal como está la ciudad de Plácidos, es una lástima que al Ayuntamiento no le haya dado por sentar pobres a la mesa navideña, que este año tenía donde elegir y no se los acababa. Y en vez de eso, ¡hala luces! Ya ni dormir tranquilo en la calle lo dejan a uno, que diría Pepe Isbert en una de Berlanga.