domingo, 14 de noviembre de 2010

Berlanguiana (in memóriam)


Con un par y sin rubor. El alcalde de Barcelona ha anunciado que vamos a gastarnos 2,2 millones de euros en la iluminación navideña. Navideña, o lo que sea, porque van a ser 36 días, que si se empeñan un poco les sirven las bombillas para marcar las estaciones del Vía Crucis. Dicen que la iluminación incentiva el consumo; suponiendo que eso sea bueno, a saber quién y cómo ha llegado a esa conclusión; son capaces de haber encargado un estudio de esos (¿Si cuando sale a por una barra de pan hay tres bombillas más y le cantan el tamborilero por megafonía se compra un abrigo y un robot de cocina?).

Lo del Ayuntamiento de este pueblo (Barcelona cada vez es más pueblo y menos ciudad) es de una banalidad y de un mercantilismo insoportable. Ese alcalde con tono y maneras de pijo, sin ideas ni ideología, con delirios de grandeza y de posteridad, sin cultura ni visión de futuro, que más parece estar a sueldo de cadenas hoteleras y empresas distribuidoras de energía que del erario está destrozando (con la inestimable colaboración de una Generalitat provinciana y populista) la fama y, lo que es peor, la sustancia, cosmopolita y culta de esta ciudad.

Así que se le ha ocurrido que hay que poner muchas luces para atraer turistas (los extranjeros, por lo visto, para decidir su destino de vacaciones consultan la distribución mundial de lux). ¿Pero dónde va a meterlos? Andar por el centro de esta ciudad ya es un continuo sortear grupos de borrachas y horteras guiris consagradas por una noche a las más vulgares y ordinarias despedidas de soltera (vista la celebración no quiero imaginarme el resto de sus vida ya casadas), y mozos bebiendo y voceando por la ciudad de tal manera que hacen que aquellas fiestas de quintos de la España profunda fueran recepciones versallescas.

Quizá el insigne Hereu (hereu indigne) ha pensado en ponerles lamparitas en la mesilla de noche a los muchos indigentes que andan por la ciudad. Cada vez hay más (la crisis, dicen); en las zonas más cool de la ciudad, solitarios o en grupo, a las puertas de centros culturales y en el portal contiguo a un restaurante de moda. Tal como está la ciudad de Plácidos, es una lástima que al Ayuntamiento no le haya dado por sentar pobres a la mesa navideña, que este año tenía donde elegir y no se los acababa. Y en vez de eso, ¡hala luces! Ya ni dormir tranquilo en la calle lo dejan a uno, que diría Pepe Isbert en una de Berlanga.

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