miércoles, 30 de septiembre de 2009

Por nuestro bien

Leo en El País que en 2050 habrá 25 millones de niños malnutridos por el cambio climático y que si se invirtieran 7.000 millones de dolares anuales en adaptación de la agricultura, se evitaría esa vergüenza.
Seguro que José Ignacio Goirigolzarri y Francisco González no lo saben, porque si estuvieran al tanto harían algo, para evitar la molestia de que esos muertos de hambre (la mayoría de Asia y África) vengan por aquí a molestar. Para quien no lo conozca, Goririgolzarri es un señor al que prejubilan en el BBVA (ese que en vez de prestar dinero a gente agobiada por salvar un negocio, promociona y financia cosas como Operación triunfo y la liga de fútbol, todo muy social). Una situación dura por la que pasa mucha gente, sí, pero que se hace más llevadera si te pagan una pensión de tres millones de euros/año (o algo más o algo menos, da igual, sobrepasa en mucho la decencia).  Y no, a los muchos millones que se lleva en concepto de bonus, jubilación, premio al más especulador o me-río-de-la-crisis, a ese parné no le han aumentado la presión fiscal.

Al mismo tiempo, la UE decide que va a hacer que los MP3 salgan de fábrica con el volumen limitado, para protegernos de lo que podemos hacernos a nosotros mismos, ya que somos tontos y nos hacemos daño. El día que se decidan a limitar los sueldos y las ventajas de los ejecutivos, los beneficios derivados de actividades especulativas u opacas, las plusvalías de empresas que explotan trabajadores, la velocidad de los coches, la concentración del capital, los abusos de las compañías aéreas, la emisión de dióxidos de carbono (de verdad), la música en establecimientos públicos, es decir, esas cosas que nos hacen daño pero no podemos contralar. El volumen del MP3 ya lo controlaré yo.

Mientras la UE se decide, los clientes del BBVA pueden regular la contribución de ese banco a paliar la malnutrición depende de sus clientes: cierren la cuenta. El problema es dónde abrirla.

PS: Hay algunas opciones de banca ética (como el banco Triodos) para no participar tanto en esa ignomia que es la banca (especulación, inversiones asesinas, desfalcos, opacidad, control de gobiernos y países, por no hablar de cómo nos tratan a los clientes pequeños). Eso de los microcréditos que vemos que se hace en otros lugares está a nuestro alcance.

martes, 29 de septiembre de 2009

Uno de los nuestros

En un país europeo la policía han detenido a un señor acusado de drogar y violar a una menor de trece años, y perseguido por escapar de la justicia de Estados Unidos que pretendía castigar ese delito dese 1978. ¡Bravo! diríamos, un pedofilo a la trena. Ah, no, espera, que es Roman Polanski, artista.

Lo escribe mucho mejor Enric González en su columna. Yo solo quiero tener aquí escritos los nombres de personajes, artistas, intelectuales, ellos, que creen que la pedofilia es menos graves según quien ataca al menor, ya que hasta ahora se han relacionado con Polanski sin estremecerse ni un poco. Y ahora, que lo trincan, se ponen estupendos y dicen eso de ¡no hay derecho! en un arranque de corporativismo vergonzante. Y algunos añaden (el ministro de Cultura de Francia) que no tiene sentido detenerlo porque es una historia antigua; ni me quiero imaginar que opina este señor de la memoria histórica. Claro que su compañero de gabinete encargado de Exteriores dice que el asunto no le resulta simpático porque se trata de un personaje famoso de talento reconocido. Si yo fuera francesa, me preocuparía: el señor ministro piensa que si tienes problemas pero no te conocce nadie, que te den.

Aquí van algunos nombres de los tipejos que creen que es indignante que se detenga a un pedofilo : Debra Winger, Bernard-Henri Lévy, Milan Kundera, Pedro Almodóvar, Constantin Costa-Gavras, Bertrand Tavernier, Ettore Scola, Giuseppe Tornatore, Alejandro González Iñárritu, Julian Schnabel y Wim Wenders, Bernard Kouchner, Frédéric Mitterrand, entre otros.

Ninguno dice que no haya que perseguir y castigar a quien abuse de un menor, así que hay que colegir que lo que proponen es que para los famosos (porque gente con talento pero a la que nadie conoce hay mucha) o ricos no rigen ni leyes ni normas sociales.  Debe de ser la versión moderna del derecho de pernada.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Con el lirio en la mano

En Barcelona hay prostitución y drogas. Como lo oyen (leen). No me recupero de la sorpresa. ¡Cómo puede ser! En la ciudad de los chiringuitos de playa con aspecto (y precio) de restaurantes de lujo, de las fiestas políticamente correctas, de los zoológicos ecológicos y de los edificios bonitos al lado del mar, lo suyo es que en el Barrio Chino no haya ni putas ni camellos, que para eso lo llamamos Raval. ¡Vivan los oxímorones y los eufemismos! Quizá si llamáramos a las cosas por su nombre todo sería más claro.

Hace unas semanas, estalló el «escándalo» (las comillas indican cita literal) de la prostitución en mi ciudad. Lo destapó (la cursiva indica ironía, entre otras cosas) El País y con ellos se marcó unos tantos y, quizá, unas ventas. Así que hoy La Vanguardia se busca su hueco y destapa que hay tráfico de drogas —¡Qué me dices!— con un titular que ya anuncia el tono: «La droga manda en Ciutat Vella». Si no pasara todos los días, y muchas noches, por el barrio, después de estas semanas no se me ocurriría poner un pie por debajo de la Gran Vía.

Cada uno se escandaliza con lo que quiere, pero hay asuntos sobre los que el fariseísmo es ridículo, o malintencionado. Porque la noticia no es que en el centro de Barcelona hay putas y camellos. La noticia, si la hubiera, y el escándalo sería que hasta ahora los medios, las administraciones y los políticos no lo sabían ¡venga ya! o no les preocupaba ¡ya les vale! El paso siguiente es peor: los escandalizados empiezan a proponer cómo acabar con las drogas y con la prostitución, y las propuestas son imaginativas y novedosas (no voy a llenar el post de cursivas, a buen entendedor...): más presencia policial, mayor dotación de medios a las fuerzas de seguridad, multas, endurecimientos del código penal... Bien, porque como todo eso nunca se le había ocurrido a nadie ni se ha aplicado, seguro que será la medida definitiva para acabar con los «problemas».

El problema no es que haya putas y camellos; el problema es que se ven. A estas alturas de la historia y del conocimiento de la naturaleza humana, si alguien cree que puede hacer desaparecer la prostitución y el consumo de drogas es que es más tonto (o más manipulador y fariseo) de lo que parece. Si vamos a preocuparnos de los problemas de verdad, hablemos de las condiciones sanitarias de las prostitutas, de las mafias, de los chulos, de los drogadictos que no saben lo que compran, de camellos callejeros que reciben las palizas de los camellos gordos por un quitamé allá esa esquina, de hombres inmigrantes que viven sin sus mujeres y buscan prostitutas, las más baratas y clandestinas... Porque si se trata de impedir el comercio del sexo y de sustancias ilegales igual es más eficaz patrullar por encima de la Diagonal; en algunas calles y clubes que mucha gente conoce (y algunos, que tienen el dinero suficiente, frecuentan), hay más comercio sexual y circula más droga que en toda Ciutat Vella.

Holanda, que no es un paradigma de sociedad desmadrada —hasta monarquía tienen— se inventó un modelo de gestionar ambas cosas, drogas y prostitución, que, lejos de hacer de Amsterdam una ciudad degradada, ha conseguido disminuir la delincuencia, las molestias a los vecinos y la degradación de la ciudad. Quizá podríamos probar ese modelo. La legalización y regularización parece tener algunas ventajas: neutralizar las mafias, asegurar condiciones dignas para los trabajadores, mantener la seguridad y la limpieza en el barrio, tranquilidad y seguridad para los clientes, evitar el blanqueo de dinero, ingresos en Hacienda y en la Seguridad Social. Nada, minucias.

No se ha detectado tráfico de morcilla en las esquinas del Chino (perdón, quería decir del Raval) ni que los plomeros vendan sus servicios en los porches de la Boquería por la noche, pero si prohibimos la morcilla e ilegalizamos la fontanería, en menos de una semana podemos destapar un escándalo, rasgarnos las vestiduras, publicar un reportaje crudo con fotografías hiperrealistas, y pedir más policía en la calle y que los fontaneros y la morcilla aparezcan en el Código Penal.

Ps: Si hay que prohibir la prostitución porque provoca degradación (Rubalcaba dixit), prohibamos los ERE, los sueldos de 800 euros, las jornadas laborales de quince horas... calla, a ver si estoy dando ideas de más y prohibiremos los pobres, los parados, los hipotecados, los sin techo, por su bien, para que no estén humillados por prácticas denigrantes.

domingo, 27 de septiembre de 2009

¡Huy qué despiste!

Que Soledad Gallego-Díaz es una periodista excelente es sabido. Además tiene una mirada perspicaz, que hoy ha visto esa sutil perversión de los discursos aceptados y nunca discutidos.

Resulta que estamos buscando un Mr. Europa, y como estará de ramplón el panorama, que pasamos revista a ver quién es el menos malo de los peores (he imaginado por un momento que Tony Blair sea el presidente de todos los europeos y se me han puesto los pelos como escarpias; capaz de declararle la guerra a Mongolia, que la capacidad mortífera de las gayatas de los pastores nómadas es para asustar). Claro que hay algunas opciones que no solo no son de las malas, sino que son, incluso, un poco buenas.

Pero yo no lo argumentaría mejor que la periodista. Léanlo. Parece mentira que no nos hayamos dado cuenta. ¿O algunos sí se habían dado cuenta?

Porque... de que los ciudadanos europeos elijamos nuestro presidente, nada ¿no? Pues a mí esto de la democracia de tercera o cuarta mano empieza a parecerme poco democrático.

PS: Para que conste, no creo que ser mujer tenga que ser uno de los criterios en la distribución de ayudas a la creación cinematográfica.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Me ha entrado un leísmo en el ojo

Tengo por costumbre ir registrando por escrito lo que veo cuando viajo. A veces, a la vuelta, con todo ello armo un relato del viaje, entre la crónica y la descripción. Escribir ese relato me sirve para reflexionar con algo de tiempo y mucha distancia entre lo visto y yo. Además, les paso el relato a algunos amigos y conocidos que dicen que les gusta leerlo. Pero la redacción se me hace muy cuesta arriba cuando algún buen escritor ha pasado por los mismos lugares y lo ha contado. Y eso es lo que me está pasando.

Estuve este verano en el Congo (en el Congo-Brazza, no en el Congo-Zaire, es decir, al oeste del río Congo), y me llevé, entre otros el libro Viaje al Congo, de André Gide. Y esa es la razón de que se me caiga la pluma de la mano, metáfora barata de que, literalmente, se me agarroten los dedos sobre el teclado cuando pienso en contar mi viaje. Hay personas tan brillantes que ni la actividad más banal —o incluso más reprobable — achata su existencia y su obra. Gide es uno de ellos (me acuerdo ahora de Pessoa, y de Einstein en otro ámbito). Sus descripciones son precisas y, al mismo tiempo, intensamente poéticas. Hay un acierto en los nombres de los colores y en la percepción de la luz que a ver quién se pone a contar cómo es la selva o el río.

Cierto que Gide habla de algunas circunstancias sociales, económicas y políticas que ya no existen; en esos casos, el libro sirve como crónica historica. El resto, cuando habla de paisajes, de etnias y de lenguas es un excelente relato de viajes, de esos en los que un viajero de mirada penetrante te cuenta lo que ha visto (y no sus penurias, sus heroicidades, sus aventuras y los peligros que le acecharon); una delicia.

Para quien pueda, mejor leerlo en francés. Hay una traducción, cierto, de editorial Península, colección Altaïr viajes, sellos ambos que, habida cuenta la trayectoria y la seriedad de sus proyectos, no deberían permitir que se arruine su reputación por ahorrarse el poco tiempo y el escaso dinero que les costaría respetar los pasos que todo profesional sabe que hay que dar para publicar un libro. Gide no no usaría el pronombre les en función de complemento directo; ni mucho menos escribiría una barbaridad como «delante nuestro». La traducción es floja; adolece de catalanismos en los que un trujamán profesional no debería caer; pero errar es humano y se te puede escapar un «hacemos la siesta». Insisto, todo el mundo se equivoca, de manera que es posible que el editor no haya visto esos detalles al revisar la traducción; ahora bien, no encargar dos (imprescindibles) o tres (aconsejables) correcciones sucesivas no es un error, es negligencia o no conocer el oficio que se ejerce. No es un capricho que, desde que recuerdan los más viejos editores —que ya lo vieron hacer a sus antecesores— todo libro pasara por tres correcciones, realizadas por correctores diferentes; y no se vayan a creer que en otros tiempos a los editores les gustaba perder tiempo y dinero, no: sabían y querían hacer bien los libros. La dejadez de no editar ni corregir implica un desprecio enorme por el lector, al que no le rebajan ni un céntimo (de un precio que no es bajo) por venderle una mercancía con tara.

Yo, a estas alturas, ya tengo el estómago lector muy delicado y no puedo con los alimentos en mal estado, así que no compro libros sin corregir; y si los compro sin darme cuenta, al primer leísmo, los devuelvo. Las autoridades deberían tomar cartas en el asunto, no sé si las que velan por la cultura o las que se preocupan por la salud. A mí los leísmos me alteran la flora intestinal más que un yogur caducado el siglo pasado y el delante nuestro casi me obliga ir a urgencias a pedir el antigripal ese de marca registrada al que parece que vamos a deber la vida. Por lo menos que se regule el etiquetado: «Este libro contiene solecismos, anacolutos, gerundios de continuidad, pleonasmos y barbarismos» y los alérgicos nos abstendremos de comprarlos.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Danzas, rezos e ignorancias

En las fiestas de la Mercè tienen lugar varias actividades relacionadas con Estambul, que me malicio que responden a un plan de marquéting de los actos como ciudad europea de la cultura en 2010, en el que Barcelona participa —en el plan, digo— a cambio de algún favor.

Una de las actividades es la actuación de derviches. No, no son jotas turcas, sino ceremonias de giro. Los giros forman parte —perdón por la simplificación— de técnicas con las que se busca la «disolución del yo», «la unión con el absoluto» la pérdida de la consciencia, en términos más físicos. Los derviches son sufíes, místicos musulmanes, en los que lo que domina es la ascesis, como en los místicos de cualquier religión. En la misma línea está la música qawwali, que ejecutó unos días antes un grupo (siento no recordar el nombre) paquistaní, en el que participan parientes del que fuera el mejor en esa disciplina, Nusrat Fateh Ali Khan.

Además de atender a la calidad musical de esas manifestaciones, me parece que es conveniente saber cuál es su origen, su finalidad, qué dicen y en qué piensan esas personas que están sobre el escenario. Por una parte, cierto respeto por las manifestaciones religiosas de los demás es bueno (y lo dice una atea confesa, militante y convencida de que la religión es el opio del pueblo, de muchos pueblos). Pero, además, se trata de evitar el ridículo de espectadores superenrollados bailando con aire de estar en la onda una canción cuya letra va repitiendo que Dios es grande. Vaya, como ponerse a bailar jotas al ritmo de gregoriano.

No es la primera vez; de hecho, es lo que ocurre casi siempre que se contrata algo árabo-musulmán. No se distingue bien entre los dos adjetivos de esa condición, no se entiende la lengua árabe (ni la persa ni la turco ni la amazig ni la urdu-hindi) y no se sabe casi nada del islam. Por supuesto que es el resultado del más inocente desconocimiento. Quizá quien decide que se veo eso y no otra cosa en un escenario debería pensar en explicar qué es lo que presenta; porque quiero pensar que quien toma la decisión (Ayuntamiento de Barcelona, pero podría ser cualquier otro) sabe de qué va el espectáculo, ¿no?

O quizá no. Basta echar un vistazo a la entrada derviche del diccionario de la RAE. Dice: «Entre los mahometanos, especie de monje». Después de la carcajada, me he puesto lívida, amoratada digo, de vergüenza ajena por la ignorancia y el poco rigor de quien haya escrito semejante definición.

La ignorancia es fantástica, porque es el primer paso para aprender. O lo que es lo mismo, ignorantes somos todos. Lo catastrófico es que no te importe serlo.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Periodismo y del bueno


Hay buenos escritores que trabajan con habilidad la actualidad. Hay buenos periodistas que se manejan bastante bien con las palabras. Luego están tipos como Enric González  y Josep Martí Gómez.

A Enric González lo sigo desde hace ya tiempo. Escribe en la página de televisión de El País y subido a esa gavia se mete en todas las camisas de once varas imaginables; buen gaviero, ve y anuncia escollos y puertos difíciles, y lo hace con ironía, a menudo, con sensibilidad y delicadeza, cuando los protagonistas o el asunto lo merecen, y con unas honduras que parecen imposibles en las escasas líneas de una columna diaria. Además, dejo de hacer cualquier cosa cuando charla, una vez por semana, con Josep Martí Gómez en un programa local (L'hora L) de Radio Barcelona-Cadena Ser. Ahí se juntan dos de los periodistas más brillantes, agudos, mordaces, precisos, rigurosos y decentes que tenemos. Los años los mejoran, claro, porque cuanto más se escribe, mejor se dominan las palabras; cuanto más se investiga la actualidad, más contactos se tienen, más recovecos se conocen y más se desarrolla el olfato para detectar manipulaciones, medias verdades y mentiras completas. Por si alguien no se ha dado cuenta, no he dicho que sean imparciales. No lo son. Son rojos perdidos, al menos lo parecen; condición que no impide ser objetivo y riguroso al analizar un acontecimiento o hablar sobre un político. A mí me gusta la gente de izquierdas —por si no se notaba— porque en mi muestreo vital la gente de izquierdas es más honrada, más justa y más leal que la de derechas. Me temo que se pretenda (y voy a dejar la frase construida como impersonal) arrinconar a Martí Gómez (¡vaya historias sabe ese hombre!) por viejo y a González por no ser la voz de su amo. Que sepan ambos que yo estoy dispuesta a pagar, y no poco, por pasar tardes enteras con ellos. Si alguien que lea esto los conoce, por favor que se lo diga, que con ese ataque de puritanismo disfrazado de progresía que nos ha dado  no creo que esté la cosa como para poner un anuncio en la sección de contactos.

A Ramón Lobo lo descubrí hace muy poco. Escribió una entrada en su blog, En la boca del lobo, a propósito de la prejubilación (y amortización del puesto, me temo) de dos correctores en El País, y el enlace corrió en el gremio. Resultó que Lobo es un excelente periodista y un muy buen escritor, que publica crónicas apasionantes y exquisitas, las últimas, desde Afganistán. Yo ya no sigo las páginas de internacional de los periódicos; todos hablan de los mismos lugares (¿Cuánto hace que no se publica una noticia sobre Chechenia? ¿Cómo acabó aquello de Osetia? ¿Ha desaparecido Darfur? ¿Cuántas veces ha salido Burkina Fasso en los periódicos? ¿Sabéis que en abril hubo elecciones presidenciales en Argelia y en julio en el Congo-Brazza?). Y cuando hablan de un lugar, lastimosamente, casi todos tiran de agencia y dicen los mismos tópicos y dan idénticos titulares simples y tirando a simplistas, y todo bastante mal escrito. Las crónicas de Ramón Lobo son otra cosa: mira a las personas, escruta la vida, sitúa el lugar, el momento y la historia, y encima, lo cuenta bien. No es el único periodista que lo hace, y vaya aquí mi admiración por gente como Olga Rodríguez y Jon Sistiaga, y por muchos otros cuyos nombres merecen ser desatacados y recordados, seguro, pero yo no conozco.

Así que, a partir de ahora me proclamo seguidora (no incondicional) del blog de Ramón Lobo, y seguiré a Josep Martí Gómez donde pueda y a Enric González en las columnas, a menos que tengan a bien escribir un blog o quedar conmigo de vez en cuando a tomar unas copas.

PS1 Descubro que Saramago ha escrito hace poco un panegírico de Ramón Lobo y Enric González. Espero que Saramago descubra pronto a Martí Gómez.
PS2 Josep Martí Gómez escribe cosas en La Lamentable.