jueves, 22 de octubre de 2009

Tinta electrónica -1-

Cuando un lector (una persona) va a comprar un libro no tiene que precisar si quiere que se lo hayan corregido siguiendo el diccionario de dudas de tal o cual autor ni si prefiere los pronombres demostrativos con tilde o sin ella. Tampoco hay que decidir, ni saber, el gramaje adecuado del papel. Nadie te pregunta si prefieres una tipografía de palo seco o con serifas. Para el lector (la persona) no tiene importancia si se ha trabajado con CTP o con fotolitos. Ni siquiera el autor tiene que saber qué son las sangres o si se va a maquetar en Quark o en Indesign, si pasará una de estilo en pantalla y dos ortotipos en papel o con una habrá suficiente (no es suficiente pero se ahorran unos míseros euros que se gastarán en markéting).

Pero hay que ser renacentista de la técnica. El autor, el lector (persona), el crítico literario, el profesor de literatura y hasta el padre, de profesión alfarero o comercial de cremalleras, deben conocer los entresijos del lector (aparato) o e-reader, o e-book, o.... Que si el kindle-sorpresa, el de Sony o el nook de Barnes & Noble; que digo yo que ni Barnes ni Noble saben cómo se hace una tortilla de patata ni quién es Paquirrín, así que no veo porque mi primo tiene que saber que Barnes & Noble es una librería cool de lo más.Y no pongo las cursivas de este párrafo porque sería un no parar.

Es decir, que hay que saber de lo tuyo y de lo demás, porque si no, eres un analfabeto tecnológico, que es una forma de clasismo como otra cualquiera. No hay persona (ni humana ni extraterrestre) que pueda saber de todo ni estar al día de lo último en iríders, o ibuks (voy a empezar yo, que la RAE seguro que espera a que no haya remedio), por no hablar de la tedeté, el Windows7, la pedeá, el áipod y el güifi.

Sí, el mundo ha cambiado y hay que adaptarse, pero todas las evoluciones, hasta ahora, incluso la biológica, o precisamente empezando por ella, funcionan porque cuanto mayores son las prestaciones (permítaseme) más exclusiva y minoritaria es la especialización (ahora podría hablar del nicho ecológico, de especies generalistas y de otros asuntos, pero no creo que nadie tenga que ser un entendido en la materia). Se supone que la tecnología tiene que hacernos la vida más fácil. Si vamos a volvernos locos estudiando todos los días avances de anteayer que mañana ya estarán superados, si no vamos a ser capaces de analizar ni decidir porque la terminología y la avalancha de información nos supera, entonces hemos hecho muy mal negocio. Y si todo eso sirve, fundamentalmente, para obnubilarnos, acomplejarnos y vendernos la moto, entonces para este viaje no hacían falta alforjas, que el despotismo iustrado es del XVIII. Dicho de otra manera, ser renancentista en el Renacimiento tenía mérito, pero era posible; a finales de 2009 querría ver yo a Leonardo.

Yo salí el otro día a comprarme un televisor y volví a casa sin aparato y mosqueada con incultos (había que oírlos hablar) vendedores prepotentes. Lo del libro electrónico me parece un gran hallazgo y me hace ilusión, pero temo ese momento en que un vendedor me hable de bits, conexiones, pantallas y megas cuando yo le pregunte si puedo comprar en versión electrónica la excelente Memoria de una ciudad, de Abderrahmán Munif, o cualquier libro de Miguel Sánchez-Ostiz.

Porque, mal que le pese a quien sea, el lector soy yo, no el aparato, y lo que quiero, sobre todo, son buenos libros, y que quien lo tenga por oficio se ocupe de que esté bien escrito, bien editado, bien corregido, bien diseñado, bien maquetado, bien imprimido o bien digitalizado, bien distribuido, bien vendido,... De leerlo bien y con gusto me encargo yo, que además tengo un trabajo y una vida de los que ocuparme.

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