sábado, 7 de mayo de 2011

Zarandajas éticas


He debido de perderme algún momento histórico; uno en el que la humanidad ha decidido que aquellas puñeteras leyes y acuerdos redactados tras el horror de la Segunda Guerra Mundial para intentar que el horror fuera un poco menos cruel. Y ahora resulta que la caza y captura, el asesinato extrajudicial y sumario, y la eliminación del cadáver del ejecutado son actos políticos bendecidos por representantes democráticos de los ciudadanos de unos cuantos países. Es más, le damos vueltas a si ha sido una ilegalidad (la inmoralidad más vale que ni la pronunciemos) o un acto de guerra; mira con qué burdo tirabuzón lingüístico dejamos en orden la vida y la muerte. Y los gobiernos asienten y los ciudadanos se inmutan poco y el Tribunal Penal Internacional silba.

Eso era solo el final. Para llegar al momento culminante de la acción salvadora, se ha utilizado la tortura, esa bajeza de la que habíamos renegado y habíamos aborrecido. Y ahora no solo parece bien sino que se presume de su eficacia. Luego condecoran al escuadrón que voló en la noche, asaltó la casa de un sospechoso en Pakistán, lo mató y arrojo su cuerpo al mar; escuela pinochetista con última tecnología. A partir de ahora, nada impide que a cualquier sospechoso de un crimen muy horrible nos lo quitemos de en medio cuanto más rápido mejor. Espero que haya un listo que defina sospechosohorriblemuy y rápido. Incluso, poniéndonos cínicos, que se atrevan con útil.

Funcionábamos con unas normas (convicciones para algunos) que dificultan la lucha contra los malos pero que nos hacían mejores. ¿Y ahora? 


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