sábado, 14 de mayo de 2011

Imágenes familiares



Estoy harta de oír frases que empiezan con un  «En esos países…» o «Esa gente…», que se refieren, intuyo porque nadie me lo explica bien y claro, a los árabes, o a los musulmanes, o a los que son ambas cosas. Cuando no sabes nada de los otros te fijas en lo que te parece diferente: que si esa religión tan machista (como si hubiera alguna religión que no lo fuera), que si ese idioma tan difícil (como si conjugar y usar el subjuntivo en castellano fuera fácil), que si las mujeres no pueden salir solas de casa, que si se visten raro, que si las calles están tan sucias y que si comen cosas extrañas.

Y luego resulta que hacen una revolución sin avisar, rápido y sin mucha sangre. Porque, al final, quieren lo de todos: un poco de libertad, alguna opción de ganarse la vida y cierta alegría de vez en cuando. Eso ha pasado en Túnez, donde una tarde cualquiera, a la salida de un instituto cualquiera, se ve y se oye la misma tontería adolescente de cualquier ciudad del mundo. Andan con el móvil, tontean los chicos con las chicas y viceversa, todos se visten igual y quieren una moto, y no ven el momento de volver a casa, donde les esperan para cenar un plato de acelgas, una ensalada de tomate y pepino y algo de pescado. Al menos en Sfax, un día cualquiera de abril.


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