martes, 21 de diciembre de 2010

Luna de Niamey


 Viajar con un buen libro de viajes, o con un buen libro que narre con maestría un viaje es, además de un placer, una buena guía. No importa que hable de otro lugar porque lo que guía es la manera de aplicar la mirada, la disciplina y la agudeza del oído, la voluntad de desperezarse y el empeño en escudriñar rincones. Por eso cuando leí en el magnífico dietario Sin tiempo que perder, de Miguel Sánchez-Ostiz, que «El viajero debe reflexionar de forma profunda sobre el viaje» me acomodé bajo la Luna de Niamey. No es mal sitio para pensar sobre el viaje, al menos para turistas provistos de repelente de mosquitos y tratamiento antipalúdico. Otra cosa son los nigerinos, expuesto a la malaria sin remedio y sin apenas remedios.

«Para traerse un trofeo», «para huir de un tedio demoledor, para no ser nadie», «para contarlo»; de entre los motivos que cita Sánchez-Ostiz, quizá esos son los que me resultan más cercanos. Me gusta contar los viajes, por escrito más que hablando; quiero decir contar lo que he visto, no lo que me haya pasado. Las aventuras personales del viaje (que suelen parecernos monumentales), acostumbran a tener más que ver con las miserias de uno mismo que con el lugar donde se está. Contar el viaje es reflexionar sobre él; intentar entender lo que los sentidos captaron, o intuyeron; tratar de explicar los datos y los hechos; interpretar rostros y vestidos; analizar comidas y costumbres; quizá repetir el viaje en la quietud del espacio cotidiano. La narración honrada se da por supuesta. Otra cosa es contarlo bien.
Pasando las hojas de Sin tiempo que perder, a ratos me interesaba más Bucarest que Niamey, a pesar de que nunca me ha atraído la capital rumana. Es la seducción de las cosas bien contadas. Me quedé colgada en una idea: «Es difícil viajar sin prejuicios [...] identificar lo que vemos, sin compararlo con los escenarios de nuestra vida cotidiana, para darnos cuenta de que no somos ni el centro ni la medida de nada. Las comparaciones son un vicio de sedentarios». Cuando tienes entre las manos un magnífico libro, cierras la libreta, usas el lápiz para recogerte el moño y contemplas la Luna, adormecida en la oscuridad radiante y cálida de Niamey, nada que ver con la Luna fría que estarían mirando a 41º 23' N . Y ya he vuelto a hacerlo, sin darme cuenta, sin poder evitarlo, se me ha olvidado que no soy el centro ni la medida de nada.

4 comentarios:

  1. Tampoco un viaje contado con maestría por otro es la medida de lo que uno puede contar. No me ha quedado una frase muy clara, así que seré más explícito: podrías volver a abrir el cuaderno y quitarte el lápiz del moño, que a algunos, desde la luna ahora fría de los 41º N, nos gustaría que nos contaras Niamey.

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  2. Apreciado Anónimo: No basta con quitarse el lápiz del moño; hay que sacarle punta para rasgar con la punta bien afilada las telarañas de los ojos. No sé si aún sé ver; no sé si he sabido alguna vez mirar.

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  3. Pues yo creo que sí.
    Pero cuidado al rasgar esas telarañas, no te quebrantes la visión.
    Y no soy anónimo, sino Tintín; lo que pasa es que no di donde tocaba al chisme este.

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  4. Admirado Tintín, se le veía asomar el tupé por entre los cuernos del cuarto menguante. Pensé que al discreto e intrépido aventurero la había dado un ataque de misterio y quise respetarlo; Los Haddock somos más prudentes de lo que parecemos.

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