domingo, 16 de mayo de 2010

Espíritu deportivo


Ante un certamen literario o un festival de cine, esperamos que los premios se los lleven los mejores, o, al menos, las obras que nos han gustado más. Porque para eso son los premios: para distinguir la excelencia, para señalar a aquellas obras o personas que destacan y que merecen ser recordadas y aclamadas. Pero, por alguna razón que se me escapa, ese mecanismo simple y lógico no funciona con el deporte. Cuando de competición deportiva se trata, y a pesar de ser meros espectadores, esperamos que ganen unos que identificamos como los nuestros; y no es porque repartan sus beneficios, (muy elevados en algunos deportes) con nosotros, ni las glorias ni las prebendas (que tampoco son escasas). Son los nuestros porque necesitamos sentirnos miembros de alguna tribu, parece ser; debe de ser ese incontrolable miedo a sentirse solo ante el mundo, esa espantosa desolación de sufrir en soledad y de no poder compartir las alegrías.

Hace unas semanas me encontré, sábado por la tarde, en un bar de esos con pantalla gigante en la que se veía el partido de fútbol del equipo local, en riesgo de sufrir una debacle, por lo visto. Como no me interesa el fútbol, me dediqué a observar a la gente; que había de todos los niveles sociales y culturales era predecible; que se mezclaban edades no es ninguna sorpresa; que los había más educados y otros más energúmenos es lógico; y que lo que los unía a todos era la más absoluta ausencia de deseo de justicia y de razonamiento sensato es la constatación de la obviedad. Todos comentaban lo mal que jugaba el equipo que querían que ganara. Pregunté si el otro jugaba bien y me dijeron que sí. Entonces pregunté que si el otro jugaba bien y se lo merecía porqué no deseaban que ganara.

Creo que fue una suerte (para mí) que estuvieran demasiado ocupados en el partido y no tuvieran ganas de hablar conmigo. Pero me ha quedado ese desasosiego que me mordisquea el esófago cada vez que descubro una nueva señal de que el mundo es un lugar inhóspito. No me resulta fácil entender ese sentimiento de pertenencia a la tribu; en general, no me resulta fácil comprender las adhesiones incondicionales. No obstante, algunas me parecen bastante inocuas; pero me da miedo pensar qué pasaría si se aplicara ese deseo de que ganen los nuestros por encima de méritos y de justicia en el reparto de premios, por ejemplo (y vamos a partir de que no pasa), en las oposiciones a catedrático, en la adjudicación de plazas de cirujanos, en la convocatoria de bibliotecarios y en la selección de personal para cubrir las plazas de guarda de seguridad de un banco. Y si queremos que gane la mejor película y el mejor cirujano, ¿por qué no queremos que gane el mejor equipo o el atleta más esforzado y de más cualidades?

No sé si somos conscientes de que aquel caballeroso y elegante que gane el mejor no solo era una expresión de buenas maneras, sino el deseo de que la justicia se impusiera sobre la fortuna y de que se reconocieran los méritos de los más aptos; eso que la evolución y la selección natural resuelve sin alharacas. La irracionalidad de querer que los nuestros ganen solo porque son los nuestros es una especie de nepotismos social peligroso, que da mucho miedo cuando, además, se junta con un que se jodan y se pudran, dedicado a los que no son los nuestros; esos otros que, a veces, son más listos, más preparados y juegan mejor.

3 comentarios:

  1. "Que gane el mejor" es una frase habitual de mi repertorio. Algunos amigos no comprenden cómo se puede admirar al adversario cuando éste les derrota. Hay que pensar más en términos de especie.

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  2. La cuestión es si los forofos son capaces de aplicar la racionalidad y cierto sentido de las justicia a otros asuntos. Los que conozco yo, no. en todos los ámbitos piensan en términos de los míos y los otros (un asunto que a estas alturas ya no puedo disimular que me obsesiona y me altera), sin mala fe; por suerte, no deciden sobre merecimientos, puestos, premios, etc. Lo que me deja más atónita es que se indignan cuando los prejudica la decisión tomada por alguien que funciona con los mismos mecanismos.
    Los que conoces tú, Fabrizio, ¿son capaces de pensar, y actuar, con equidad, fuera del ámbito deportivo?

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  3. En todos los ámbitos somos iguales. Funcionamos por banderias, clanes y grupúsculos. Está lo nuestro y el resto del mundo, en cualquier ámbíto, en el deporte da más el cante. Los musicos no gozan con otros músicos (al menos cercanos), los escritores rabian con los éxitos de los otros, el vecino se jode con el nuevo coche del de el tercero, o su nueva mujer, y así vamos que no queremos que gane el mejor, queremos ganar nosotros y si no los nuestros que es una extensión de nosotros. Salud

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