sábado, 20 de febrero de 2010

¡Mandan hormonas!

La invocación a la libertad y la voluntad es un mecanismo de autoafirmación y autocomplacencia tan frecuente y universal como, probablemente, necesario para sentirse algo más que moléculas orgánicas tocadas por la vara, casi siempre azarosa —y un poco necesitada— de la evolución, la cual en el caso de la especie humana, ha adornado ese cúmulo químico con un cerebro de notables prestaciones, incluso, en algunos individuos, prodigioso. Pero al final somos moléculas, sobre todo al final; y lo que es más simple, estamos gobernados por las hormonas.
Entre las noticias que producen cierta estupefacción (no cabreo, indignación, dolor o rabia), están las relacionadas con Jacob Zuma y con Tiger Woods. El primero, presidente de Sudáfrica, se ha casado por quinta vez, convive con tres de sus mujeres y tiene alrededor de 20 hijos (los mismos que tuvo Bach, por cierto). El señor presidente afirma que hay mucha gente que tiene amantes y un montón de hijos a los que no reconocen, y que él ama a sus esposas y está orgullosos de sus hijos; parece ser que las esposas y los hijos no tienen queja. Está orgulloso es de sus tradiciones y su cultura, y como no cree estar haciendo mal, no se esconde. Claro que hay sudafricanos que lo critican, al presidente y a la cultura que representa (salvaje, primitivo, anticuado, machista, etc., dicen); son blancos o cristianos, y antes de señalar con el dedo deberían hacer examen de conciencia, acto de contrición y, sobre todo, propósito de enmienda, para dejar de joder al mundo, más que nada.
El tal Tiger Woods es un golfista (evitaremos los juegos de palabras fáciles) de élite, lo que significa que gana más pasta de la que va a poder gastarse en toda su vida. El tipo anda con un montón de mujeres además de la legítima; de hijos no se sabe cuántos tiene,porque además ya se sabe que una carrera inmune a la crisis es parir un hijo de un ricacho. Eso le ha supuesto un escándalo tratado en todos los medios de comunicación (tanto en la sección de deportes como en la de cotilleos), tener que apartarse del deporte, que los patrocinadores lo borrarán de sus nóminas y anuncios, un tratamiento médico y una auto de fe público que ríete tú de la Santa Inquisición. Y todo por hacer lo mismo que Jacob Zuma pero mintiéndole a todo el mundo. Se han quejado la mujer, los hijos, la suegra, las amantes, un par de putas que frecuentaba en bares, los deportistas, los clubes de fans y muchos que no tienen nada que ver con ese señor pero que tienen opinión sobre dónde deben estar los calzoncillos y las bragas de todo el mundo, aunque no se paran diez segundaos a pensar donde deberían estar el dinero, los soldados, los buitres financieros, las constructoras especuladoras, los políticos corruptos y los curas pederastas.
La biología manda que el macho fecunde tantas hembras como pueda. La hembra, una vez fecundada, durante nueve meses no puede generar nuevos individuos, pero el macho sí. Se trata de la pervivencia de la especie y nuestro funcionamiento hormonal es el producto de la evolución, precisamente porque ha resultado más favorable para tal pervivencia. La comprensión de esta conjunción de hormonas y evolución ayuda a entender un poco cómo funcionan los individuos machos de la especie humana. Otra cosa es que luego lleguen a pactos y acuerdos con una hembra, con la familia y con la sociedad para modificar el comportamiento innato y pasar toda la vida, o el mayor tiempo posible, con la misma hembra o, en cualquier caso, que sus relaciones sean monógamas; pero son convenciones (quizá adecuadas y convenientes) que van contra la biología, de hecho, las vamos cambiando a lo largo de la historia.
Así que Jacob Zuma y Tiger Woods siguen el dictado de las hormonas en vez de las convenciones sociales. Solo que uno es honrado y el otro no; uno no engaña a nadie y el otro teje una vida de mentiras y sordidez; uno va repartiendo alegría y, quizá felicidad, y el otro provoca sufrimiento, vergüenza y codicia. Y ambos dan tema de conversación en periódicos y tertulias, no por la actividad que les da relevancia social, ni siquiera por su postura ética, sino por su actividad sexual: por sus hormonas. Que en las sociedades primitivas los hombres sean polígamos puede que sea un signo de inteligencia, y de humildad: la libertad y la voluntad se inclinan ante las hormonas. Yo conozco algunos hombres con los que no soy compatible en régimen de exclusividad, pero que no me importaría tener a tiempo parcial (y a sus mujeres por amigas); creo que a ellos también les parece una lástima no ser zulúes.

2 comentarios:

  1. Después de esta reflexión y de tu confesión final, yo voy a lanzar un grito que tal vez se convierta en tatuaje ¡¡¡deseo de ser zulú¡¡¡¡.

    salud

    ResponderEliminar
  2. Un poco largo para tatu, Narciso. Yo te sugiero un contundente "Soy zulú", y a buen entendedor/a...
    Si lo quieres más pícaro puede ser: "Soy zulú, ¿y tú?".
    O si lo quieres tirando a chulo: "Soy zulú, ¡qué pasa!"

    ResponderEliminar