martes, 27 de marzo de 2012

Menos que pobres



Es difícil imaginar mayor pobreza que arañar la tierra con las manos para sacarle algo que comer. Y sin embargo, hay algún otro grado más de miseria: arañarla para coger la propia tierra.
En el norte del Chad, donde acaba la depresión de Mourdi, hay un pueblo llamado Demi. A 18° 45' 59,81" N, 21° 40' 0,02" E, según dice Google Earth, que no da señal de que haya casas ni gente allí. Pero hay de las dos cosas. Al llegar, nos rodean una cincuentena de personas entre mujeres y niños (ningún hombre). Intentan vender  lo que tienen, un imperdible, un aro metálico, poco más. No dicen nada. Una mujer tiene diarrea, otra estreñimiento, un niño parece afectado por la tiña, ninguno está bien alimentado. Están entre los que no se han contado para ningún censo porque no cuentan para nada.

Durante unos meses se desplazan a la salina de Teguedei se instalan entre las palmeras y sacan sal del lago. El resto del año vuelven a donde tienen sus casas, donde la tierra está mezclada con sal. La recogen con las manos. No sé quién, supongo que alguno de los hombres, de vez en cuando, va a algún sitio, no sé cómo, a vender esa tierra y con lo que le den debe de comprar grano y quizá algo de ropa. Eso y dátiles secos es lo que comerán. En Demi no se cultiva nada, no parece que haya ningún animal, no hay ninguna planta que de un fruto comestible; no hay tienda alguna ni servicios de ningún tipo. Del pozo sacan el agua salobre que beben.

Es sobrecogedor imaginar esas vidas. No llegan ni a pobres. Parece el lugar, el instante anterior a morir. Nacer en Demi es no tener ninguna opción de que haya un día mejor que los pasados ni capacidad alguna de elegir algo en tu vida —ni en tu muerte—  ni de ir a ningún sitio ni de cambiar nada. Da miedo ver en qué puede consistir la vida.


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