Los intentos de desenmascarar estafas en
forma de terapias, timos bajo el aspecto de duros a cuatro pesetas y mentiras
disfrazadas de insondable misterio son casi todos inútiles. Una de las razones
es que todos tendemos a seguir a los nuestros en vez de escuchar a los otros. La
segunda razón es que en todas las sociedades hay una minoría formada e
informada, ávida de conocimiento y crítica, y una mayoría (de personas buenas,
no me cabe duda) acrítica, inculta (la ciencia es cultura) y con tendencia a
creer en cosas que aparezcan como sobrenaturales e incomprensibles
(sobrenatural = yo no lo sé; incomprensible = yo no lo comprendo). Las
sociedades son así y en eso se basa su funcionamiento. Chamanes, brujos,
sanadores, adivinos, astrólogos y sacerdotes, con sus respectivos misterios,
sabidurías ocultas, milagros, rituales, dioses y poderes, los ha habido
siempre; y seguirá habiéndolos porque es más fácil aceptar que reflexionar, y
da menos problemas seguir la bola que cuestionar, y resulta más relajado creer que estudiar, y es menos angustioso vivir con
certezas ajenas que con preguntas propias, y se es menos raro abriendo la boca
que el cerebro. Así que la superchería no se discute; por supuesto,
los que creen en una superchería la llaman fe (la de los demás sigue siendo
superchería, claro).
Por eso ante las teorías creacionistas, que sin
sonrojo se exponen en un ciclo de conferencias de la Universidad de Granada1 o ante la cátedra de Homeopatía de la Universidad de Zaragoza2 hay poco que dialogar: o crees o no; pero si no crees, por lo
menos hay que presentar batalla. En esa batalla se empeñó Escépticos,un estupendo programa de televisión de la ETB que ha comprado la 2. Mientras llega3, ver el programa dedicado a la homeopatía da entre vergüenza ajena
y una rabia que no puedes con ella, cuando un farmacéutico cae en la cuenta de
que está contando mentiras, o cuando esa responsable de empresa de homeopatía
le da un manotazo a su director médico para que se calle.
Nadie
que crea (del verbo creer a ciegas) en la homeopatía dejará de usarla por ver
un programa de televisión. En realidad, es posible que solo sirva para que los
que ya sabíamos todo eso nos digamos unos a otros «¡¿ves, ves?!», pero hay
que aprovechar todas las oportunidades para combatir (desenmascarar y
ridiculizar) a los charlatanes. Debería hacerlo la educación (no será en esta
legislatura; el ministro Wert ya ha enseñado la patita), pero los medios de
comunicación (más si son públicos) pueden ir haciendo labor de zapa, ya que los
Gobiernos no ponen firmes a los mentirosos —personas y empresas— que se lucran
de la ignorancia y, a menudo, de la desesperación de un enfermo. Por eso el
programa de José Antonio Pérez, presentado por Luis Alfonso Gámez tiene un mérito extraordinario.
Yo voy a pasarme por la farmacia donde suelo comprar; a ver si tengo que cambiar de boticario y explicarle al mío que lo hago porque no me fío de chamanes que
venden crecepelos.
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1 El ciclo de conferencias
vale por créditos en diversas licenciaturas. Lo organiza un seminario creado por el rectorado y tiene entre sus objetivos "Fomentar el conocimiento, desarrollo y divulgación del pensamiento cristiano católico en el ámbito de competencia de la Universidad de Granada, como un servicio a la sociedad de nuestro tiempo"; ¡con un par!
2 La cátedra en cuestión está patrocinada por una multinacional
que vende productos homeopáticos y que hace que en una facultad de medicina pública
se enseñe que unos preparados que no han demostrado su acción en ningún ensayo
clínico ni se someten a ningún control de la Agencia Española del Medicamento tienen propiedades terapéuticas.
3 Parece ser que La 2 pasará
todos los programas de Escépticos…, excepto el de las religiones; pero para eso
está Internet.
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