Maruja Ruiz Martos
es una mujer como tantas, de un barrio obrero (sí, ya sé que queda antiguo),
que las pasó canutas y por eso se metió en la lucha vecinal; y cuando empezó a
irle un poco mejor, siguió en la lucha, porque de lo que se trataba era de que
a todos les fuera mejor. Por eso, a pesar del orgullo de verse reconocida,
cuando el Ayuntamiento de Barcelona le dio la medalla de honor de Barcelona,
Maruja pensó muy bien qué hacer y cómo hacerlo. Y lo hizo: Se plantó en la
ceremonia y rechazó la medalla.
La cara y la pose
del alcalde Trias es la viva imagen de la torpeza y la desvergüenza, que quedarían un poco disimulada si no tuviera al lado a Maruja. Ella, una vez que hizo saber
que no podía aceptar una condecoración de un Gobierno que recorta, precisamente,
aquello que ella ha intentado conseguir toda la vida, evitó por segunda vez que
le pusieran la medalla y se fue con sus vecinos, elegante, digna, grandiosa.
Maruja no fue al a escuela, y por eso ha dicho en una
entrevista: «Si nuestros hijos no pueden educarse y nuestros enfermos no pueden
curarse ¿qué nos queda a los pobres? Cada palabra que pronuncia esta mujer es una
lección, y, por lo visto, cada gesto y cada acción, también. Aquí hay diez minutos impagables de emoción y épica a cargo de Maruja la de Nou Barris.
Si esta
entrevista empieza a formar parte de currículum evaluable en las escuelas y universidades,
quizá algún día Goldman, Sachs, Moody, Standard, Poors y unas docenas más de gentuza
indecente (entre la que hay banqueros, negociantes, políticos y mercenarios
sociales) tengan que esconderse y decir en voz muy baja a qué se dedican, como los
leprosos morales que son.
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