Es difícil imaginar mayor pobreza que arañar la tierra con las manos
para sacarle algo que comer. Y sin embargo, hay algún otro grado más de miseria:
arañarla para coger la propia tierra.
En el norte del Chad, donde acaba la depresión de Mourdi, hay un
pueblo llamado Demi. A 18° 45' 59,81" N, 21° 40' 0,02" E,
según dice Google Earth, que no da señal de que haya casas ni gente allí. Pero
hay de las dos cosas. Al llegar, nos rodean una cincuentena de personas entre mujeres
y niños (ningún hombre). Intentan vender lo que tienen, un imperdible, un aro metálico,
poco más. No dicen nada. Una mujer tiene diarrea, otra estreñimiento, un niño parece
afectado por la tiña, ninguno está bien alimentado. Están entre los que no se
han contado para ningún censo porque no cuentan para nada.

Es sobrecogedor imaginar esas vidas. No llegan ni a pobres. Parece el lugar,
el instante anterior a morir. Nacer en Demi es no tener ninguna opción de que
haya un día mejor que los pasados ni capacidad alguna de elegir algo en tu vida
—ni en tu muerte— ni de ir a ningún sitio
ni de cambiar nada. Da miedo ver en qué puede consistir la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario