martes, 4 de enero de 2011

Hostias y vino, brochetas y birra



En las pasadas fiestas, tan entrañables ellas, me tragué una misa completa: con su introducción, su evangelio, su homilía, su eucaristía, su paso de la bandeja y su todo. Y va y me toca la celebración de la familia. Un señor vestido con una casulla blanca daba voces diciendo no sé qué sobre la familia tal como ha de ser; y luego algo de que hay que dar testimonio de la fe en Cristo. Luego se comió una hostia Y se bebió un vino.

Yo no hacía más que acordarme de estas familias entrevistas en Níger y de ese grupo del feisbuc que se llama Cambio tesoros del Vaticano por comida para África. Efectivamente, ellos no se dejan arrastrar por el mundo, van a la suya, incorruptiblemente fieles a su familia. Y sin embargo, tengo que dejar constancia de sacerdotes que no hablan de Dios si no les preguntas.

Josep Frigola vive en Niamey. Entre Burkina Faso y Níger, lleva cuarenta años en África. Habla un catalán ampurdanés con calma africana y cierta sorna. No se inmuta ante una declaración de ateísmo e incluso podría parecer que asiente cuando se despotrica contra las jerarquías católicas. Guarda la contundencia para hablar de educación. Menciona a Paulo Freire, de la necesidad de alfabetizar en la lenguas maternas además de en una lengua de alcance internacional y del derecho de todo el mundo a cierta educación básica, que no consista solo en leer y escribir, sino que debe, dice, despertar el juicio y el espíritu crítico.

A las escuelas que él coordina van alumnos entre 15 y 45 años. Acuden, si quiere, durante seis años; luego, si tienen aptitudes se facilita que sigan estudiando. Deben aportar algo de dinero (500 CFA/mes, algo menos de lo que vale una birra nigerina). Se inscriben unas 3000 personas cada año; de ellas, alrededor del 75% pasa al año siguiente, y otro 70% al tercer año. Por cierto, los maestros son musulmanes, formados para enseñar con rigor y exigencia, pero deben conocer a los alumnos, sus familias, sus costumbres, su religión, sus problemas, tener la confianza de la comunidad en la que trabajan y trabajar para ella, no para conquistarla. Josep no se plantea otra cosa. Dice, cuando se le pregunta mucho, que lo que hace da testimonio de su fe; no necesita sacarla a pasear con alharacas. Vamos acabándonos la birra y las brochetas en el restaurante de la Piscine Olimpique (es el nombre, no la descripción) de Niamey. Al salir hay un tenderete con libros de segunda mano a cuyo propietario conoce Josep desde hace tiempo; debe de ser su mejor cliente. Dice que de la pobreza solo se sale con educación y que la limosnas no llevan a ningún sitio. A él le han recortado los fondos. ¡Lástima de tesoros del Vaticano y de gasolina para el papamóvil!

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