lunes, 21 de septiembre de 2009

El principio de Arquímedes

Todo cuerpo sumergido en el agua experimenta un empuje hacia arriba igual al peso del volumen del agua que desaloja. Con algunas variaciones, esa es la formulación del principio de Arquímedes, que traducido al román paladino quiere decir que por mucho que intentes sumergir algo que quieres que desaparezca, si es lo bastante grande, flota y se ve. Los gánsters, que tenían un conocimiento empírico de la física, se inventaron los zapatos de cemento para contrarrestar el principio de Arquímedes.


Yo soy más de Pitágoras que de Arquímedes, más que nada porque Pitágoras tenía una mezcla de ciencias y letras con la que me siento muy identificada y que me ha costado no pocos esfuerzos. No hay Ministerio de Educación que consiga eliminar esa dicotomía social, que no acaba de ser simétrica. (Aquí me queda un tema pendiente: ¿Tienen una formación más holística y una cultura más amplia los de ciencias o los de letras?). Pero a su principio no le veo la metáfora.

Al de Arquímedes, sí le veo la metáfora. Todos los días, a todas horas, siento que actúa sobre mí. Habrá quien lo llame paranoia, pero tengo la sensación de que hay una mano que constantemente nos empuja hacia abajo (como aquel graciosillo de nuestra adolescencia al que en la piscina le parecía muy gracioso dar ahogadillas sin parar a troche y moche). Así que igual estoy hablando de la tercera ley de Newton, o Principio de acción y reacción; Isaac Newton, otro tipo genial. Me gusta la física —otro tema aparcado—, sí, y creo que los físicos son personas con un cerebro extraordinario, en el más literal sentido de la palabra.

No está de moda. No digo la física, sino reaccionar, saltar, morder cuando te dan una patada, contestar airados, estar rabiosos, indignarse, pegar dos gritos y levantar el puño, salir dando un portazo, plantarse y decir hasta aquí hemos llegado, no transigir. Hay que aceptarlo todo con una sonrisa, hablar con calma, entender aunque no se comparta, seguir sonriendo, hacer como que todo nos parece igual de respetable y digno, seguir con la sonrisa por grande que sea la tomadura de pelo, agradecer que te hagan perder el tiempo, ser tolerante, hablar con voz baja y tranquila ¿Te importaría no ofenderme ni humillarme con una oferta de trabajo indigna? ¿Serías tan amable de dar una clase decente que te hayas preparado? Si no te importa, resultaría muy agradable que colgaras el teléfono y me atendieras ya que eres un funcionario y la factura del teléfono va a los presupuestos generales del Estado y tu amiga ya te ha dicho que los zapatos nuevos son ideales ¿Y ni siquiera puedo cabrearme?

Salvo que me pongan unos zapatos de cemento voy a intentar experimentar ese empuje hacia arriba para mantenerme a flote. ¡Qué gran psicólogo hubiera sido Arquímedes!

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