De todos los daños que puede causarte
alguien cercano el peor es la mentira. Un día se te mueren y te encuentras con
el cadáver de alguien que no conoces aunque pertenezca a un muerto conocido. Y
ya no hay nada que hacer. Durante años has hablado de esto y lo otro, y resulta
que le importaban asuntos de los que no tenías ni idea, personas que ni sabías
que existieran, diversiones que ni sospechabas. Te han hecho creer que sus
obsesiones eran unas, y eso solo eran los cortinones que ocultaban otros
sentimientos. Y todo por no hablar, por no decir, por creer que algo está mal y
seguir con ello y ser tan cobarde de no defender que cada cual puede hacer de
su capa un sayo y de su vida un rato menos doloroso.
Se miente, se calla y se oculta por
vergüenza o por miedo; por cobardía, siempre. Hipócritas que creen que lo que
hacen está mal y en vez de no hacerlo, se esconden. Humillan a quien los
acompaña en los dos lados de su existencia, porque todos parecen ser indignos
de saber la verdad de la otra cara de su vida. Mentiras. Y si había una, ¿por
qué no cien? Se van, con ellas; y ya no hay preguntas posibles. Esas que hubieras
hecho. Todas las que no te hicieron. Ya está. Ahí te quedas y arréglatelas como
puedas con las mentiras.