
Y luego resulta que hacen una revolución sin avisar,
rápido y sin mucha sangre. Porque, al final, quieren lo de todos: un
poco de libertad, alguna opción de ganarse la vida y cierta alegría de vez en
cuando. Eso ha pasado en Túnez, donde una tarde cualquiera, a la salida de un
instituto cualquiera, se ve y se oye la misma tontería adolescente de cualquier
ciudad del mundo. Andan con el móvil, tontean los chicos con las chicas y
viceversa, todos se visten igual y quieren una moto, y no ven el
momento de volver a casa, donde les esperan para cenar un plato de acelgas, una ensalada de tomate y pepino y algo de pescado. Al menos en Sfax, un día cualquiera de abril.