Leo en un suplemento cultural la reseña de José Manuel Sánchez Ron (de hecho, sus reseñas son de las pocas que leo porque no me parecen publicidad) sobre el libro Física para futuros presidentes. El crítico parte de que no es posible tomar decisiones en el mundo actual sin saber física. Cierto, hay que saber de energía nuclear, circulación general atmosférica, rayos y ondas de todo tipo, dinámica de fluidos y unas cuantas cosas más para adoptar medidas no solo de gestión sino, también de gobierno.
No es lo mismo gestionar que gobernar, aunque la mayoría de los gobernantes (de los políticos) actuales se conformen con la primera tarea. Piensan que con rodearse de buenos técnicos (el primo de Rajoy que sabía de cambio climático) y dejándose asesorar ya están salvados y pueden tomar decisiones. Siempre me ha inquietado que un montón de personas (presidentes de países) firmen acuerdos sobre cómo detener un virus sin saber qué es un virus o sobre protección medioambiental sin entender cómo funciona una red trófica. Así que me parece buena idea que los gobernantes lean un libro (divulgativo y de cuatrocientas páginas) sobre física; me gustaría que también leyeran uno de ecología (no de ecologismo), uno de matemáticas, uno de química, uno de farmacología, uno de geología, algo de microbiología y de genética…
Leo también que las multinacionales de la alimentación intentan presionar a los médicos para que recomienden sus alimentos funcionales (los que además de alimentar se supone que proporcionan salud, como si no fuera eso lo que tiene que hacer todo alimento) en competencia con eso buitres que se ven en los ambulatorios, dispuestos a obsequiar a nuestros médicos con viajes y estancias en hoteles de lujo (en forma de congresos) a cambio de que nos prescriban sus fármacos, sin que nosotros recibamos (ni exijamos) explicaciones (no doctrina) sobre la necesidad de tomarlos.
Así que ya puestos, sería conveniente que los ciudadanos también leyeran sobre ciencia. He visto pocas actitudes más paletas que eso de decir «es que yo soy de letras» para desentenderse de todo conocimiento científico y desinteresarse de… todo; porque cómo funciona la vida y el mundo (con todos los artilugios y fenómenos que usamos) lo explica la ciencia (quizá la literatura enseñe a vivir, pero no explica la vida). Y sin embargo, muchas personas no tienen ningún interés en entender esos menajes publicitarios sobre alimentos que obran maravillas en su cuerpo, detergentes que hacen cosas sobrenaturales y cremas que contienen sustancias y moléculas prodigiosas; ni cómo puede ser que un volcán bloquee (o no) un continente, por qué hay países que parecen condenados a que el destino los machaque a terremotos, a qué se debe esa manía de ir a pescar a Somalia (y porqué la alteración del fondo del mar que provocan las redes de arrastre lleva a la desaparición de los peces) y que no es posible dedicar la selva a cultivos después de talar los árboles.
La fama de cenutrios siempre la ha tenido la gente de ciencias, pero lo cierto es que casi todas las personas que yo conozco de ciencias tiene una cultura notable (leen, van a exposiciones y a conciertos, ven películas, saben algo de historia, viajan…) y, desde luego, no presumen de no saber nada de letras. Será porque entender cómo se duplica el ADN y que dependemos de que estén bien situadas esas míseras cuatros bases nitrogenadas da un baño de realidad y humildad que aleja de las grandilocuencias (algún científico pedante también conozco). Sí, es muy conveniente que los gobernantes aprendan algo de ciencia; y más aún que se apliquen los gobernados, para no ser manipulados por magos y alquimistas de esos que atesoran conocimientos vetados a los mortales. Por eso y porque hay que ser muy inculto para no considerar que la ciencia es cultura. Es difícil dejar de ser un patán sin conocer el segundo principio de la termodinámica, aunque te hayas leído todo Proust, todo Schopenhauer y entiendas a Joyce.
Hace 8 años